Al iniciarse en 1995 las actividades de la Universidad de Congreso, se analizaron las fortalezas y debilidades de este emprendimiento. Entre las fortalezas identificamos en primer lugar, equipos altamente consustanciados con el proyecto, tanto en Buenos Aires como en Mendoza; luego una gran motivación y dedicación, que se expresaban fundamentalmente en un estilo de trabajo diferente, en tiempos diferentes, esto es, sin períodos muertos que suelen tener las instituciones educativas universitarias como en julio. Apuntábamos a una cultura organizacional con propuestas nuevas, con características de transgresión en un medio el de Mendoza, y a una adecuada capacidad de comunicación basada, no solo en lo que señalaba como su política institucional, sino en una fuerte atención a la calidad cada uno de los miembros.
Nos encontrábamos ante una organización que se había mostrado en su fase anterior (la de la Fundación) como innovadora. Ahora como Universidad, con mayor autonomía educativa, esta fortaleza permitiría trabajar ambos servicios educativos, orientados a establecer alianzas estratégicas que le permitirían compensar sus flaquezas.
Entre sus debilidades enumerábamos recursos económico-financieros que solo provenían del aporte de los alumnos; recursos edilicios y tecnológicos que debían crecer acorde con la demanda estimada como probable (en el tema edificio resultaba difícil encontrar en Mendoza infraestructura apta para responder a un ritmo de crecimiento sostenido) y , sumado a ambos, los interrogantes del contexto acerca del desarrollo de una nueva universidad, tema en que incidió generando más incertidumbre, el comportamiento de nuestros competidores.
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