Reina en Recife
La "mais grande": Cristina inauguró una fábrica en Brasil y dijo sentir "envidia" por los empresarios de ese país
La Presidenta habló en la apertura de una planta de energía eólica. Elogió a la clase empresarial brasileña y al grupo Pescarmona.
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06.09.2008 | 19:33
Cristina Fernández visitó la planta de energía eólica de los Pescarmona en Brasil. | Foto: DyN
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La inauguración de la planta de energía eólica de la firma IMPSA, perteneciente al grupo de capitales argentinos Pescarmona, además de la presencia de Cristina Fernández, contó con el ministro de Planificación, Julio De Vido. “Siempre le digo al presidente (de Brasil) Lula que nunca se nos perdonaría si equivocáramos el camino”.
Envidia. La Presidenta disparó contra la burguesía nacional argentina, al señalar que siente “envidia” de Brasil y de su clase empresarial. En ese sentido, Cristina Fernández manifestó el compromiso que tuvieron los empresarios brasileños en convertir al país vecino en una de las naciones más poderosas en la economía mundial.
Sin embargo, también hubo flores para empresarios nacionales, ya que la Presidenta dedicó elogios a la famila Pescarmona, propietaria de la firma IMPSA.
Este señor que hoy inaugura en Brasil (como si aquí no hubiese energía eólica) es uno de los responsables de la debacle de la Universidad de Congreso (Banco Mendoza y otras cosas más) y es el ejemplo de Cristina de Kirchner
Ese pecado capital (la envidia)
Si hay algún lugar en el mundo que se supone indicado para la promoción de la energía eólica es la Patagonia. No es del caso enseñárselo a la presidenta de la Nación y a su esposo, que la antecedió formalmente en el cargo. Conocen ambos de sobra, por propia experiencia, los inmensos espacios abiertos de esa región, a la que caracteriza el soplo eterno y poderoso de los vientos.
No fue, por eso, el nordeste brasileño el lugar más propicio para que la señora de Kirchner diera rienda suelta a la ironía de que a veces siente "un poquito de envidia" al ver la clase dirigente de ese país hermano y en especial a sus empresarios, "sistemáticamente industrialistas". En tales momentos, la Presidenta se disponía a visitar una planta en la que capitales argentinos han invertido 90 millones de dólares para producir aerogeneradores. Esto es, los molinos eólicos que son parte de algunos aislados paisajes patagónicos y que, según el principal de aquellos inversores, se instalaron en Brasil y no en la soledad patagónica argentina porque uno de los dos países da incentivos que el otro no ofrece. ¿Hace falta que se lo mencione?
Segunda mala nota: la circunstancia, y no sólo el lugar, para introducir en el exterior, como puntualizaría un nacionalista irredento, aquella velada crítica al empresariado argentino fue la peor que pudiera haberse elegido. A raíz de que se encuentra desde hace alrededor de un mes vigente una nueva política de comunicación gubernamental, la observación presidencial careció del tono altisonante y de los ácidos gestos de reproche de otros tiempos. El "poquito de envidia" se desparramó, pues, casi suavemente, ante el desconcierto de la concurrencia integrada por los más compenetrados con lo que ocurre de verdad en la Argentina.
Con el tono discreto que ha sido siempre proverbial de Itamaraty, tocó a uno de los jefes de su diplomacia hacer saber que los empresarios brasileños habían dicho a la Presidenta que, según sus propios cálculos, nuestra inflación ronda el 17 por ciento. Tan modesta estimación, como es ésa, a la luz de cálculos manifiestamente más altos de nuestros economistas y de lo que se afirma en ámbitos internacionales, no pudo haber sido sino una expresión de buen tacto hacia la visitante. De dejar constancia de lo que se sabe, pero sin inferir a fondo la puñalada del aviso destemplado, sin concesiones. De buen tacto, pero no de ceguera obsecuente; serio y, por lo demás, suficiente para hacer notar que en Brasil nadie ignora la gravísima manipulación que entre los dos últimos gobiernos se ha hecho de las estadísticas oficiales en la República Argentina.
Agotado el capital de ironía en los menesteres que ya se han visto, la Presidenta contestó con solemnidad que sus interlocutores estaban equivocados y que eran las suyas las cifras correctas. Es decir, las de la mitad de aquel 17 por ciento y que se conciben en los laboratorios del señor Moreno.
Si la envidia no fuera un pecado capital -desmenuzado con categoría antológica en Abel Sánchez , la novela de Miguel de Unamuno-, a más de un conciudadano, en tiempo y lugar próvidos, lo asaltaría la voluntad de preguntarse, con todas las letras, por qué la fortuna ha otorgado en los últimos años a la política brasileña lo que de manera tan feroz, tan persistente, ha negado a la Argentina. Si así fuera, no habría lugar para diminutivos.
Se trata de una pregunta posible, pero ¿no sería mucho mejor que los argentinos repecharan como pudieran la cuesta insoslayable y legítima del Estado de Derecho y elevaran, a su turno, la puntería en la elección de los gobernantes? ¿O se contentarán con envidiar a los brasileños?